LA RUIDOSA VECINA DE ARRIBA
Aquella vecina era, sin duda, horrorosa.
La peor bruja, a su lado
hubiera parecido una dulce niñita.
El pobre hombre llevaba soportándola
(por desgracia, vivía bajo su piso)
más años de los que podía recordar.
Se la podría definir, sin exagerar,
como el ruido personificado,
doblemente perverso por deliberado.
Sus endemoniados tacones
iban pregonando cada uno de sus pasos,
en su vivienda y en el resto del edificio.
Tacones que parecían pegados a ella
como apéndices de su mala condición.
De día y de noche, sin parar de molestar.
Arrastre de muebles por aquí,
arrastre de muebles por allá.
Y entre medias, golpes y portazos.
Cada día era una agonía, un sinvivir,
una atroz angustia, para aquel pobre hombre.
Dialogar era como clamar al cielo.
Suplicar tampoco sirvió. Era una piedra.
Quejarse solo provocaba venganzas,
empeorando el escándalo malintencionado.
Las autoridades, descendientes de Pilatos,
como siempre, lavándose las manos.
Vecina, que encima, le tachaba de loco
(quien señala la maldad, siempre es acusado)
y arrojaba mil habladurías inventadas.
El resto de propietarios, cómplices,
la trataban con simpatía y callaban.
Quizá tuvieran orejas de burro...
Aquella vecina creía dominar la situación
porque ella vivía arriba y él abajo
pero... ¡qué percepción más equivocada!
Con su sádica y torturadora conducta
estaba cavando su propia tumba
porque su víctima acumulaba odio
y más odio y más odio y más odio.
Cada taconeo, cada arrastre, subía
un poco más el nivel de odio acumulado.
Y por grande que fuese cualquier paciencia
siempre hay un punto de explosión.
Aquella vecina le llamaba loco
y seguía provocando ruido y más ruido.
Aquella mujer era tan estúpida
que no cayó en la cuenta
de que, si les haces la vida imposible,
los locos terminan haciendo locuras.
Autor: JOSÉ RUIZ
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